Cuentos

LOS CIEGOS Y EL ELEFANTE


 
  Se hallaba el Buda en el bosque de Jeta cuando llegaron un buen número de ascetas de diferentes escuelas metafísicas y tendencias filosóficas.
Algunos sostenían que el mundo es eterno, y otros, que no lo es; unos que el mundo es finito, y otros, infinito; unos que el cuerpo y el alma son lo mismo, y otros, que son diferentes; unos, que el Buda tiene existencia tras la muerte, y otros, que no. Y así cada uno sostenía sus puntos de vista, entregándose a prolongadas polémicas. Todo ello fue oído por un grupo de monjes del Buda, que relataron luego el incidente al maestro y le pidieron aclaración. El Buda les pidió que se sentaran tranquilamente a su lado, y habló así:
  --Monjes, esos disidentes son ciegos que no ven, que desconocen tanto la verdad como la no verdad, tanto lo real como lo no real. Ignorantes, polemizan y se enzarzan como me habéis relatado. Ahora os contaré un suceso de los tiempos antiguos. Había un maharajá que mandó reunir a todos los ciegos que había en Sabathi y pidió que los pusieran ante un elefante y que contasen, al ir tocando al elefante, qué les parecía. Unos dijeron, tras tocar la cabeza: “Un elefante se parece a un cacharro”; los que tocaron la oreja, aseguraron: “Se parece a un cesto de aventar”; los que tocaron el colmillo: “Es como una reja de arado”; los que palparon el cuerpo: “Es un granero”. Y así, cada uno convencido de lo que declaraba, comenzaron a querellarse entre ellos.
  El Buda hizo una pausa y rompió el silencio para concluir:
  --Monjes, así son esos ascetas disidentes: ciegos, desconocedores de la verdad, que, sin embargo, sostienen sus creencias.
 
  *El Maestro dice: La visión parcial entraña más desconocimiento que conocimiento.
EL PEZ Y LA TORTUGA
 
  Amanecía. Los primeros rayos del sol se reflejaban en las aguas azules del mar de Arabia. Una tortuga salía de su sueño profundo y se desperezaba en la playa. Abrió los ojillos y, de repente, vio un pez que sacaba la cabeza del agua. Cuando el pez se percató de la presencia de la tortuga, le preguntó:
  --Amiga tortuga, presiento que hay sabiduría en tu corazón y quiero hacerte una pregunta: ¿qué es el agua?
  La tortuga no repuso al instante.
No podía creer lo que le estaba preguntando aquel pez que estaba cerca de ella. Cuando se dio cuenta de que no estaba durmiendo y el suceso no era parte de un sueño, repuso:
  --Amigo pez, has nacido en el agua, en el agua estás viviendo y en el agua hallarás la muerte. Alrededor de tu cuerpo hay agua y agua hay dentro de tu cuerpo. Te alimentas de lo que en el agua encuentras y en el agua te reproduces. ¡Y tú, pez necio, me preguntas qué es el agua!
 
  *El Maestro dice: Ignorante como ese pez, naces, vives y mueres en el Ser y gracias al Ser y, empero, como ese pez que desconoce el agua en la que mora, tú ignoras la Realidad en la que habitas.




TU VALOR NO CAMBIA.

-"¿Quién quiere este billete?". Muchas manos se levantaron.
Luego dijo: -"Se lo voy a dar a alguno de ustedes, pero primero permítanme hacerle esto...", y lo hizo bolita dejándolo todo arrugado.
Entonces insistió: -"¿Quién todavía lo quiere?". Las manos volvieron a subir. -"Bien", dijo. -"¿Y si le hago esto...?", y lo dejó caer al suelo y lo empezó a hollar contra la tierra con su zapato. Al recogerlo lo mostró al auditorio. Así, todo arrugado y sucio, preguntó: -"Y así, ¿todavía lo quieren?". Las manos se mantuvieron arriba.
-"Amigos, han aprendido una lección muy valiosa: No importa todo lo que le haya hecho al billete, ustedes de cualquier manera lo quieren porque su valor no ha disminuido. Sigue valiendo los mismos 20 dólares”.
Muchas veces en nuestras vidas caemos, nos arrugamos, o nos revolcamos en la tierra por las decisiones que tomamos y por las circunstancias que nos rodean. Llegamos a sentir que no valemos nada. Pero no importa lo que hayamos pasado o cuanto pueda ocurrirnos, nunca perdemos el valor que tenemos.  Sucios o limpios, abatidos o finamente alineados, nuestro valor lo fijamo nosotros mismos en nuestra mente.




¿Y QUIÉN TE ATA?
 
  Angustiado, el discípulo acudió a su instructor espiritual y le preguntó:
  --¿Cómo puedo liberarme, maestro?
  El instructor contestó:
  --Amigo mío, ¿y quién te ata?
 
  *El Maestro dice: La mente es amiga o enemiga. Aprende a subyugarla?




¡QUÉ BUENO!


Cuentan que un rey tenia un consejero que ante circunstancias adversas siempre decía: "Que bueno, que bueno, que bueno".


Pasó que un día andando de cacería, el rey se cortó un dedo del pie y el consejero exclamó: "Que bueno, que bueno, que bueno" El rey cansado de esta actitud, lo despidió y el consejero respondió: "Que bueno, que bueno, que bueno".

Tiempo después, el rey fue capturado por otra tribu para sacrificarlo ante su dios. Cuando lo preparaban para el ritual, vieron que le faltaba un dedo del pie y decidieron que no era digno para su divinidad al estar incompleto, dejándolo en libertad.

El rey ahora entendía las palabras de su consejero y pensó: "Que bueno que haya perdido el dedo gordo del pie, de lo contrario ya estaría muerto".

Mandó llamar a palacio al consejero y le agradeció. Pero antes le preguntó por que dijo "Que bueno" cuando fue despedido. El consejero respondió: "Si no me hubiese despedido, habría estado contigo y como a ti te habrían rechazado, a mí me hubieran sacrificado".




SOY TÚ


Era un discípulo honesto. Moraba en su corazón el afán de perfeccionamiento. Un anochecer, cuando las chicharras quebraban el silencio de la tarde, acudió a la modesta casita de un yogui y llamó a la puerta.
  --¿Quién es? -preguntó el yogui.
  --Soy yo, respetado maestro. He venido para que me proporciones instrucción espiritual.
  --No estás lo suficientemente maduro -replicó el yogui sin abrir la puerta-. Retírate un año a una cueva y medita. Medita sin descanso.
Luego, regresa y te daré instrucción.   Al principio, el discípulo se desanimó, pero era un verdadero buscador, de esos que no ceden en su empeño y rastrean la verdad aun a riesgo de su vida. Así que obedeció al yogui.
Buscó una cueva en la falda de la montaña y durante un año se sumió en meditación profunda. Aprendió a estar consigo mismo; se ejercitó en el Ser.
  Sobrevinieron las lluvias del monzón. Por ellas supo el discípulo que había transcurrido un año desde que llegara a la cueva. Abandonó la misma y se puso en marcha hacia la casita del maestro. Llamó a la puerta.
  --¿Quién es? -preguntó el yogui.
  --Soy tú -repuso el discípulo.
  --Si es así -dijo el yogui-, entra. No había lugar en esta casa para dos yoes.
 
  *El Maestro dice: Más allá de la mente y el pensamiento está el Ser.
Y en el Ser todos los seres.